Julian Assange languidece en prisión mientras sus colaboradores periodísticos esgrimen sus premios

Charles Glass
The Intercept

Mientras Julian Assange languidece en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh, al sur de Londres, un tribunal británico decide sobre su destino. El australiano de 48 años y fundador de WikiLeaks cumple condena por un delito menor al saltarse la libertad bajo fianza para pedir asilo en la embajada de Londres en 2012, con el fin de evitar su extradición a Suecia. Su temor entonces era que Suecia, con un largo historial de entrega de sospechosos a los EE. UU., lo enviara directamente al otro lado del Atlántico. Ahora que ha perdido su asilo diplomático, 70 miembros del Parlamento británico han solicitado enviar a Assange a Suecia si los fiscales reabren el caso que cerraron en 2017. La mayor amenaza a su libertad se encuentra en la demanda de extradición emitida por el Departamento de Justicia de los EE. UU. para juzgarlo en el país norteamericano por conspirar junto con Chelsea Manning para hackear un ordenador del gobierno estadounidense.

Los EE. UU. insisten en que Assange no se enfrenta a la pena de muerte. Si lo hicieran, Gran Bretaña, en común con otros países europeos, no podría extraditarlo. La sentencia máxima por un delito de hacking son 5 años, pero no hay ninguna garantía de que, una vez en los EE. UU., no se enfrente a otros cargos adicionales bajo la Ley de Espionaje de 1917 que el presidente Barack Obama utilizó contra 9 individuos alegando filtración pública de información secreta. La sentencia por este delito puede ser la muerte o la cadena perpetua. Si Assange termina en el sistema judicial federal de los EE. UU., podríamos no volver a verlo nunca más.

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Amor se escribe con erotismo

Despertarme con tu imagen, sonriente, caliente, es un despertar que adoro y poco raro. Hay veces en que, aun sabiendo perfectamente que no estás a mi lado, te veo con claridad y cierro los ojos serena y con un sentimiento de plenitud que me embriaga. Te huelo sin que esté tu perfume entre mis sábanas. Otras las rocío con él.

Recuerdo perfectamente el día en que, muy al inicio de nuestros primeros encuentros, me llenaste la almohada de mi antiguo cuarto con tu perfume mientras reías comentando la estela que me dejabas para el recibimiento de mis amantes. Fingí una protesta mientras te sonreía, divertida por tu ocurrencia y feliz de saber que te olería al caer la noche y no encontrarte en ella.

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